Historia de Monteagudo

El topónimo de Monteagudo que da nombre a nuestra localidad, enclavada en el corazón de la fértil Huerta de Murcia, pierde su origen en la noche de los tiempos. Son algunas las fuentes que recogen ya esta palabra en época islámica como Munt.qüd, aunque es más probable que su origen estuviese en el latín o en las lenguas romances que se hablaron en este enclave esencial del sureste de la Península Ibérica. Lo que sí parece seguro, es que su nombre esté estrechamente relacionado con la imponente colina que se yergue majestuosa sobre la campiña murciana. Un enclave mítico. Plaza inmejorable para la defensa, que diversas culturas ocuparon sistemáticamente a lo largo de miles de años.

Los hombres de la Edad del Bronce debieron de darse cuenta de las posibilidades que ofrecía este lugar y dejaron constancia de su presencia. Pero fue, sin duda, la cultura del Argar la que llevaría a Monteagudo a su primera época de esplendor, con el fantástico asentamiento que se ha conservado parcialmente sobre el cerro hasta nuestros días.

Los íberos tampoco pasaron por alto el lugar, pues los restos arqueológicos nos vuelven a hablar de un nuevo asentamiento que a partir del siglo IV y hasta el siglo I a.C estuvo activo, legándonos unos maravillosos fragmentos de esculturas que se pueden observar en la sala dedicada al mundo ibérico del Museo Arqueológico de Murcia.

A finales de este periodo llegan los romanos a la Península, dispuestos a someterla a la gran Roma. Monteagudo atestigua nuevamente este proceso. Los arqueólogos creen que los restos del siglo I, podrían corresponder a una gran villa y una calzada que comunicaba Cartagena con Fortuna que vendrían a sustituir a las antiguas estructuras íberas. Los vestigios romanos, pudieron ser destruidos a principios del periodo medieval, sin embargo, lejos de terminar aquí su dilatada historia, a Monteagudo le esperaba entonces su época de mayor esplendor.

Con la llegada a Murcia de Muhammad Ibn Sad Ibn Mardanish (1147 – 1172), conocido por los cristianos como el Rey Lobo, y el establecimiento de la ciudad  como la grandiosa capital de su emirato, que abarcaba prácticamente todo el Levante, a excepción de los núcleos cristianos del norte catalán, Monteagudo adquirirá gran importancia al construirse un conjunto de fortalezas que constituían una línea defensiva destinada a proteger toda la vega murciana y los distintos caminos que unían Murcia con Orihuela. Dicha línea estaba conformada por los castillos de Monteagudo, el Castellar o Palacio del Rey Lobo y el de Alharache. La imponente fortaleza del cerro de Monteagudo tenía un carácter eminentemente militar. Así mismo, las otras dos edificaciones fueron residencias palaciegas que cumplían funciones de alojamiento y ocio para los emires murcianos.

El Periodo mardanisí, pese a no conocer la paz ya que se desarrolló en constante lucha contra los almohades que llegados desde África pretendían reunificar toda Al-Ándalus, fue sin embargo, de un sublime crecimiento económico y cultural para Murcia que vivió entonces su particular época dorada.

El 1 de mayo de 1243, el infante don Alfonso entraba en la ciudad de Murcia, tomándola de forma pacífica, siéndole entregado el Alcázar Mayor donde se estableció una guarnición militar. Con la conquista de Murcia y la llegada de cristianos que se asentaron en un principio en el arrabal murado de la Arrixaca, el castillo de Monteagudo fue residencia por cortos periodos de  tiempo del rey Alfonso X el Sabio siendo el año 1257 uno de los más brillantes por, entre otras cosas, la fundación de la Madrasa de Murcia en Monteagudo, en el denominado “Palacio de Recreo”de Larache. Éste era un centro de estudios donde compartían conocimientos eruditos cristianos, musulmanes y judíos. Sobre todo se dedicaban a la traducción de obras clásicas (escritas en latín, griego, árabe o hebreo) al castellano, con el fin de hacerlas más asequibles al pueblo.

A día de hoy los monumentos descritos y nuevos que actualmente están descubriéndose a través de excavaciones como las Almunias del Rey Lobo, junto al medio natural que los rodea, componen un patrimonio único a nivel nacional. La prueba más palpable, aunque no la única, de una historia milenaria. Una joya, que sin embargo, ha estado olvidada durante demasiado tiempo, y que los murcianos de hoy tenemos la responsabilidad de cuidar y transmitir, como nuestro mayor tesoro.

Orgullosos de un pasado tan fértil y prolífico como la huerta que nos rodea. El testimonio de lo que hemos sido, de lo que somos y de lo que queremos dejar a nuestros descendientes lo tenemos ante nuestros ojos. En nuestras manos está su futuro.